Hoy un nuevo ejemplo de “Hombres de Hollywood”: Gene Kelly.
He de decir que es el único actor por el que he llevado un crespón negro el día de su muerte, porque para mí, Kelly no era un actor, era la mismísima representación del musical y por extensión de su máxima expresión: La alegría de vivir.
Fue la mejor figura de un género de posguerra que llamaba al optimismo, a la vitalidad, en el que uno se puede poner de repente a cantar y bailar aunque estés en medio de un conflicto bélico y vestido de marinerito. Con su eterna sonrisa con Kelly sabías que siempre habría buen tiempo aunque estuviese cantando (con gripe) bajo la lluvia.
El señor Allen, experto en psicólogos, tiene una copia original de la película y dice que es su mejor terapia cuando tiene un día gris. Y es que el musical, ese género inverosímil, que pide más que ningún otro al espectador que acepte sus normas, es como realmente debería ser el mundo si Dios hubiera tenido un buen día.
Kelly representaba esa vitalidad danzante, resuelta y viril (bueno, habría que hablar de esas mayas de “caballero español” de “Levando anclas”...) que afronta el nuevo día con optimismo voraz pese a como haya ido el día anterior.
En estos días que nos toca vivir, se le echa de menos y se le necesita más que nunca. Póngala otra vez señor Allen
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